"Lo que ocurre es que una vez que uno aprendiò a vivir fuera de su país y aprendió el lenguaje del otro y aprendió a amar el lenguaje de ese otro, vive en un no-lugar para siempre y empieza a vivir en ninguna parte .... no es que este te desarraiga, porque sigues amando a tu tierra sigues preocupándote por tu tierra de un modo central pero la distancia con que ves tu tierra desde otra parte es algo irreemplazable." (Tomás Eloy Martínez, autor de Santa Evita).
Lo que dice Tomás Eloy Martínez, lo siento en la piel. Solo que la distancia aumenta la distancia, y en mi caso no me lleva a amar a mi país, Italia, que es un país difícil de amar, no tanto para la clase política que siempre ha sido el mal del país, y que ahora ha llegado a un nivel de bajeza, en todos los sentidos, nunca antes visto, pero y sobre todo a raíz del propio pueblo que, a excepción de una minoría, no es posible amar. Un pueblo hecho de soberbia, superficialidad, egoísmo, achatamiento cerebral, pereza, dedicado sólo al placer del cuerpo, a la comida, a la bebida y al bienestar, y este pueblo perezoso ha estado bien durante demasiado tiempo. Un pueblo que en el curso de la historia después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un pueblo sin espíritu, hecho sólo de carne y disfrute individual y egoísta de la carne. (Leer mi opinion sobre Italia, Aquí)
E Italia me es lejana, como pueblo e institución política, me es cercana en su belleza, en el sol, en el clima, en el paisaje, en la (antigua) arquitectura. En el idioma que es el idioma que me creó.
Pero es cierto lo que dice Tomás Eloy Martínez, ya no vivo en ninguna parte, excepto en lo que queda de mí.
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